Alida había ido a visitar a Sebastián al Hospital. Lo más curioso de todo es que ambos solo se conocían por algún comentario de otros y no personalmente. Habían conversado mucho acerca de la situación del mundo, de los conocidos, de la vida en común porque incluso Alida tenía una amigo de las épocas de colegio del Sebas. Y aunque él quiso contactarse con el aparecido, este señor no pareció estar interesado en el reencuentro.
Realmente reticente la conducta de aquél pues habían pasado varios lustros y parecía sorprendente su extraña negativa. Pero así son las cosas, la gente con el tiempo cambia, aun las mentes poco desarrolladas en la renombrada amistad donde aparecieron las “gloriosas épocas de antaño” al fin y al cabo, no cambiaron los corazones mezquinos de algunos sobrevivientes. Incluso Sebastián mismo había tenido que renunciar a un grupo formado de ellos mismos por irreverentes y malhablados diciendo cosas que a Sebastián nunca dijo y en una mala interpretación, salió siendo culpable.
“Tantos años - decía – que nos conocemos y en el otoño de la vida, no han superado todavía la adolescencia”, pensó finalizando su observación. Pero Sebas se encontraba delicado con una infección que parecía no mejorar en el transcurso del tiempo. Mucho se hizo por la recuperación de su estado y no habían buenos resultados. Su estado de ánimo era fuerte pero no daba pie con bola respecto a su paciencia pero siempre tenía la voluntad dispuesta al diálogo en relación a los dimes y diretes de todos o de la opinión de los médicos. Nunca le importó. Lo interesante que las visitas que tenía, eran la de pocas personas que en poco tiempo conoció. Raro porque tenía muchos amigos y aun su familia, no había venido a verlo muy seguido.
Sebastián recién conocía a Alida. No habían tenido la dicha de tener una larga amistad y en tan poco tiempo, hubo una excelente comunicación pese a los días transcurridos desde la primera vez que se hablaron. Y una de las cosas que rescató él en tan poco tiempo, fue el generoso presente que le trajo Alida fuera de una afable conversación: Un kilo de pintonas mandarinas. Sebastián quedó impresionado de tan magnífico regalo “a ciegas”, quizá reservado a los grandes momentos o graciosamente como se dice en el consabido humor “a las grandes personalidades”. ¿Cómo pudo ser? Tenía mandarinas para un buen tiempo de “solaz” en el grisáceo y antiguo Hospital que invitaba a tener largas meditaciones.
Recuerdo haber leído de muy niño una Enciclopedia con un sin fin de historias y de aventuras. Los tiempos de formación de todo niño era leer todo tipo de literatura para ir formando el carácter y los buenos modales que un infante tendría que aprender. Entre ellos, recuerdo uno que su título era “A grandes hombres, grandes hazañas”, donde relataba la conquista del Polo Norte, el descubrimiento de la electricidad, Mark Twain, entre otros. Y pronto se me vino a la mente mi fallida relación de aquellos que crecimos juntos en una serie de diversas ocasiones y la ironía de la vida te hace pensar que en tan poco tiempo puedes aquilatar una amistad verdadera que se esperaba diferente en otra contadas por los años. Y Ali se llevó el premio y la medalla...
Roque Puell López Lavalle