Quizá era el mar quien guardaba mis secretos en el amanecer o de repente era la sencilla invitación de él para contemplarlo con el vaivén de sus ondas e inspirarme entre sus caminos sin regreso. Para entonces la calma invadía mi ser, el tiempo de las respuestas finalizaba y la esperada frustración del mañana, había llegado finalmente. El invisible momento de sus olas, me daba la esperanza de que el tiempo cambia el rumbo de todos sin querer volver atrás.
El corazón nos abandonará cuando no hay permanencia, cuando el horizonte es sombrío y si así muere la esperanza, para qué esperar lo que nunca llegará. El pensamiento entonces, vuela entre las cumbres de los sueños pero sin ningún contentamiento. Las horas poco a poco pasan interminables, vacías y sin contenido para que junto a las palabras perdidas, ya no tengan que hacer eco en el ser ni calmen siquiera la sed del hombre más fuerte. ¿Sería el cómplice yo de esta contradicción?¿Es acaso, la ley de la vida?
Un cuerpo muere cuando no recibe el aliciente del soplo divino, cuando el resplandor del propósito se vea extinto entre tantos dimes y diretes de la necedad, del egoísmo traducido en la excusa del presente. Y quién sabe del desagradecimiento inherente del que dice ser el más humano. Pero estas verdades, son la razón del propósito, la realidad de la indiferencia que nos engaña por las presentes apariencias. Pero así conocemos todos, lo que es la vida.
Se está yendo este año, no falta mucho y hasta el momento, el mar recibe mi calma, mis pensamientos y mi reclamo. El tiempo es más largo, la noche oscura más densa o la luna plena que nos contempla, siempre nos dice que las condiciones no cambian y si así lo fuera, no se cumpliría en los tiempos que yo quiera. Me alienta que entre más embravecido se encuentre al mar ante mi vista y mis deseos, se esconde una ilusión que no se inmuta. Yo sé que es la Luz que me sustenta y que pronto los incansables martinicos de mi vida, dejarán de sorprenderme en cualquier momento…
Roque Puell López Lavalle