Y entre tanto al contar el momento, con el ruido del rio que adornaba el cuadro, también me regalaste tu mirada serena, sencilla y tu sonrisita sin par. Quedé entonces azorado por tu sinceridad que afloraron mis sentimientos inseguros y escuché a mi corazón decirle al tuyo, cuán grande sería mi respuesta si fuera así mi amor correspondido. ¿Será tal vez que en ese instante, no me pude dar cuenta?
Pero triste estaba yo y tú tan contenta de conocerme, de saber algo más de tu amigo que dormía pensando en ti. Pero en
esas eternas madrugadas, yo descubrí ensimismado que todavía vivo la ilusión de tenerte
pronto antes del amanecer. Quizás entre las oscuras noches del frío serrano y la luna tachonada de estrellas, ellas alumbrarían seguramente las intenciones de mis palabras para después darte un
beso apasionado e infantil…
¡Ahhh! Pero la distancia encuentra su cómplice en las entrañables esperanzas y aun así ellas no conocerían todavía qué habría de acontecer si solo por ese día, mis emociones otra vez querrían vivir. No, no soñemos ahora en castillos medievales porque hace mucho que esa atracción tuvo su nacimiento entre dos almas solitarias, ansiosas de un amor y fúlgidas de querer ser felices. Pero luego nuestro ser despertó y no tardó otra vez en encontrarse.
Así las cosas, en el día menos pensado, miraré al sol brillante en toda su plenitud, recordaré que mi amor sincero te dio mi calor sin reparos y preguntas. Por eso, mañana sería tarde si no te lo dijera hoy. Que eres la mujer que tanto esperé, la que sueño cada noche con la calidez y sencillez de tu sonrisa...
Roque Puell López Lavalle