El capulí de tus ojos me dio la esperanza, me dio el color que no esperaba en una dicha de razón y orgullo, quizá en una mezcla de amor y embrujo… Así las cosas, ¿Puedo saber el porqué de recibir nuestro inmenso cariño?
El capulí de tus ojos me conoció desnudo de pies a cabeza, comprendió de mis vigores y de conciencias. Con el pensar del cielo y de la tierra, musitaste así el amor de una princesa, el deseo a todas luces de ser tú, mi reina…
El capulí de tus ojos vio mi pena, mi enojo y mi sangre guerrera de las mil batallas que libré por la verdad, pero llegaste tú presta para decirme que también era posible luchar contra la mezquindad. ¿Qué más podría pedirte yo si entendiste lo que mi corazón anhela?
El capulí de tus ojos me miró para buscar una contestación, hurgaron en mí para pedirme cuentas, de quién eres ahora tú para transformarte después en mi ardorosa conciencia. No supiste que me ganaste el corazón porque hasta en sueños yo ya sabía de tu respuesta…
El capulí de tus ojos conoció mi gran apuro, mi ser desvalido por los problemas y sin embargo, tus mimos sonrieron buscando en mi lo mejor de mi corazón o tal vez que me convierta en un adolescente para jugar de esa manera con tu inocencia…
El capulí de tus ojos me mostró tus sentimientos, esos que no nacieron de un instante de desvelo o en una corazonada de algún naipe jugado. Nació por el parecer de nuestro mutuo arrobamiento, por el derecho que todos tenemos de llegar, a un maravilloso encuentro…
El capulí de tus ojos llegó cuando menos te esperaba y no te fuiste sin decirme adiós, solo te quedaste en el seno de mi dicha, en el fuego de mi pasión encendida, para llegar juntos a la plenitud de nuestro gran amor…
El capulí de tus ojos cerraron los míos para abrirlos en una esperanza, en un mar de ilusiones, en aquellos fuegos inapagables por los vientos de una traición. Pero nacieron también para ser ciertos y reales, en las letras de tu melodiosa voz…
El capulí de tus ojos vio en los míos el despertar de un hombre solitario que en mucho tiempo no veía la inocencia de un niño que poco a poco lo hiciera sonreír. Y por ello no dudo que esos ojos nunca se cerraron para mí, es más, me di cuenta en ese momento, que se quedaron para siempre por mí…
Roque Puell López - Lavalle
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