Eran los años de la Europa medieval, el tiempo de los caballeros y los Blasones inflamados. Las luchas intestinas del poder y las herencias de los grandes territorios a la realeza y sus descendientes. La eterna disputa por el poder no hacía reparos en la sociedad de ese entonces toda vez que se pudiera comprobar sin aspavientos, el legado a las subsiguientes generaciones. Más el pueblo permanecería igual de miserable, siempre tributarios de los grandes señores de la oportunidad. Más entre los borrones y las mentiras, se desarrollaría los rutinarios jolgorios y las eternas decepciones.
La historia de un tal Rommell, amigo ingrato que quiso vender un trasto suyo a mayor precio pero que venía de un costo oculto a una ganancia total. Buscando culpables el día que se fue, dejó las miserias amicales por un juego de naipes. Pero toda mentira tiene patas cortas y la insigne estafa fue descubierta. Surge entonces el pordiosero que vende prebendas y objetos de dudosa procedencia, acaso de robos o mentiras a conciencia. Cuenta con detalles al sastre de la comarca, el Sr. Krauss, la conducta indeseable de su amigo el carbonero Rommel. Pero el controvertido sastre, conoce y adivina las intenciones del minero para no poder creerlo. El humilde pordiosero, cumple así su ingenua labor de informante sin saber que el indigno remitente había socavado la ingenuidad del protestante.
Ni corto ni perezoso, el sastre enrumbó en su alazán para la búsqueda del infiel denunciado. Algunos días después el sastre pensaba que se lo había tragado la tierra porque no había paradero conocido ni en los pueblecillos más cercanos. Hasta que al fin, lo encontró entre los abrevaderos y los manantiales de la frontera próxima. Lo encontró distante y cabizbajo con sus pertrechos. Pero al sastre, no le importó la condición de su contrincante. Le increpó entonces, su sonada conducta desleal. El otro avergonzado, no supo que contestar. Pero al descuido del sastre, esgrimió un espadín oculto que tenía entre sus harapos y le asestó una estocada que le hirió una parte del hombro.
El sastre, más astuto en ese momento, le asestó un duro impacto con su báculo que usó para poder caminar. El minero calló pesadamente a la orilla del rio y no se movió más. El sastre comprendió entonces, que le había segado la vida en un arranque de ira pero se consoló diciéndose así mismo que lo hizo por defensa propia. Rápidamente entonces, se curó como pudo la herida proporcionado por el finado momentos antes. Apeó rápidamente su caballo y se alejó lo más pronto que pudo sin mirar atrás.
Pasado el tiempo, se descubrieron los pertrechos del carbonero pero oh sorpresa, nunca apareció el cuerpo pese a encontrarse señales de un supuesto personaje. El sastre al enterarse, quedó preocupado y se hizo miles de conjeturas pero nunca pudo averiguar qué es lo que había pasado por el temor que lo involucrara la autoridad si es que preguntaba más de la cuenta. Así las cosas, su conciencia no lo dejó en paz por muchos meses.
Pero un día sin saberlo, un misterioso personaje le dejó una misiva escrita en una alforja muy pequeña. Nerviosamente, la abrió indeciso aunque curioso e inmediatamente un alacrán venenoso y oculto en el fondo del morral, cumplió su cometido en su normal instinto. Los vecinos encontraron su cuerpo sin vida, al día siguiente…
Roque Puell López Lavalle
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