miércoles, 23 de agosto de 2023

Bells

 
La amistad entre un niño y un perro suele ser muy peculiar. Grandes encuentros, muchas anécdotas y sinnúmero de emociones. Recuerdo a Bells mi perro adoptado, un Setter irlandés negro, peludo, cuyos dueños, unos españoles de la Panadería al frente de mi casa, era mi amigo a todo dar. Todos los días cuando venía del colegio a eso de las 5 pm allí estaba esperándome fiel a la hora, sentado como si fuera un oficinista sin nada que hacer.

Yo gritaba entonces, ¡Bells! ¡Bells! ¡Bells! Él, apenas me veía, corría a la velocidad del rayo meneando fuertemente su cola y ladrando como podía, luego me tumbaba con sus patas delanteras y jadeando me prodigaba sus lamidos hasta que yo lo abrazaba dándole mi inmenso cariño. Lo llevaba después a mi casa y le daba de comer. Mi mamá no llegaba del trabajo hasta más tarde así que le daba mi almuerzo, era la ración del momento para luego jugar incansables con una pelota vieja. Cuando se marchaba, y lo hacía puntualmente, recién me ponía a hacer mis tareas del colegio. ¡Qué terrible! Pero sucedió que una vez supe que le dio la enfermedad temible de todos los perros, el famoso "Distemper". Recuerdo que cuatro grandes limones colgaban de su cuello ¡Uffffff! Yo pensé que se iba a morir pero él infaltable, nunca dejaba de estar conmigo todos los días con su curiosísimo "collar" amarillo.

Sin embargo, un día tuve que mudarme de casa, las despedidas de barco no parecían terminar pero tenía que partir a un barrio nuevo. Con pesar y todo abracé a mi perro que yo juraba, era mío. Era fin de año, el colegio terminaba y la mudanza de mi casa tenía prisa. Me fui con el recuerdo de nuestras aventuras, como el niño triste que era porque era mi único amigo, leal y callejero. Lo extrañé mucho pero ni modo, otras experiencias y quién sabe qué cosas, me esperaban...

Por algunas razones que no recuerdo, mi mamá regresó pues tenía que hablar con mi tío muy cerca del parque y de la panadería donde vivíamos. Solamente habían pasado tres meses así que insistí para ir allá y saber de mi adorado animal. Yo entonces emocionado y tomando la "Ñusta", famosa gaseosa de aquél entonces, la hija de la dueña nos explicó que Bells había muerto. Un carro lo atropelló muriendo instantáneamente.

Se me cayó el mundo, la garganta se me hizo un nudo e hice denodados esfuerzos para no llorar aunque mis ojos vidriosos me delataban. Tenía apenas catorce años y mi mamá se apenó un tanto también con el relato y no pensó que en tan corto tiempo podía haberle sucedido esta desgracia a Bells, un accidente que acabó con su vida.

Pasaron muchos años desde aquél entonces y cuando hace algunos meses pasé por allí, me di cuenta que ya no existía la panadería. El parque se encontraba muy lindo; lleno de flores, todo muy cambiado y me acordé de mi perro. Pero miré también la esquina donde bajaba del bus del colegio, vi a mi perro imaginario corriendo y recibiéndome todo atolondrado. De alguna manera mis emociones encontradas entre alegrías y tristezas, volvieron nuevamente a mí mirándome de esos catorce años. No lo podía creer y me dieron ganas de llorar...

En fin, dicen que el perro es el mejor amigo del hombre y de un niño que ya creció, pero que no dejó de recordarlo en un tiempo en que los dos se querían mucho y que el juego diario de los dos inocentes, si los unió para siempre...

Roque Puell López Lavalle

Click: https://www.youtube.com/watch?v=LSH8UE_K4_0

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