Como si fuera un niño mal humorado se encuentra el personaje más elocuente, pedante y dislocado de mi barrio. ¿Algo tan extraño podría ahora acontecer? Cabello cano, mirada enojada, nerviosa y aguda en ocasiones para entender a las sorpresas, hoy se encuentra cavilando el fosforito. Si, aquél de delgada figura quijotesca que busca siempre el cómo puede su vida sustentar.
Barrunto que lo vio nacer hace más de no sé cuántas calles, recorre mi amigo la vida viviendo como quiere y como puede, morando y peleando al fondo del boulevard. No se explica la tremenda paciencia o el heroísmo de sus vecinos en poderlo tolerar. Unos días ríe, otros días es un caballero, otros momentos pareciera que ha venido de la corte celestial pero no se entiende entonces, por qué casi siempre se encuentra de mal humor.
Es mentiroso compulsivo y a veces muy sensible, ¿Por qué vive en lugares modestos cuando parece haber venido de sonados apellidos? Quizá fueron las injusticias de la vida o las costumbres alegres del peregrino para no quedarse en el concierto de esta sociedad pacata. No bastaba con lo fantasioso de sus conversaciones porque muestra también modales refinados y un dizque paladar exquisito.
No obstante, él es un manojo diverso de contradicciones, algunas veces está amigable y otras veces está en el llano pero creo que no lo persigue ni aun el espíritu del mal. Pero lo que no se puede aceptar, es que una vez le prestó su carrito de juguete a un amigo y juntos lo hacían correr por varios días, pero un buen día se lo dejó para que la cosa esa se arreglara y funcionara mejor porque se mostraba con problemas.
Cuando el susodicho carrito no quiso caminar por viejo y engreído, el cano de mala leche pensó que su compañero algo le había sustraído. ¡Mi carrito! ¡Mi carrito! ¿Qué le has hecho a mi carrito? ¡Ayer te lo dejé bueno, ahora está enfermito! Vana fue la explicación, veraz y pausada, quizás alturada pero sin mentiras demostrada. ¡Mi carrito! ¡Mi carrito! Volvió a insistir, ¡Me lo llevo para cuidarlo, me lo guardo para que esté sanito! De nada valió entonces lo explicado, pues el famoso "carrito" se fue a sus manos sin estar tan arruinado.
Ese era el motivo. No consideró que su amigo lo pintó, no valió que el bólido corriera mejor que antes en la competencia, tampoco era buena la limpieza que le había prodigado. ¿Entonces? No pues, todos éramos culpables de la enfermedad terminal supuesta del juguete; pues era tan antiguo y descalabrado como el dueño mal intencionado.
Así las cosas, se fue muy resentido el innombrable. Así quedó con los crespos hechos, el extrañado compañero. "Para eso perdí mi tiempo, para eso lo ayudé, para después ser culpable de un juicio sin sentido", - pensó. Pobre el "Ferrari", en qué habrá de terminar... ¿Qué culpa tiene en tener un dueño tan injusto?
Resulta interesante que juzgar a todos con la misma vara es vivir sin pensar. En esta vida, defender lo indefendible es convertirse en ser contumaz, pero vivir creyendo que todos son los únicos culpables de mi desgracia y que todos siempre me desean calamidades, eso señores, eso sí es infernal...
Roque Puell López Lavalle