Para la ciudad de Lima, hacía
mucho que era conocido el tránsito complicado en las primeras horas de la
mañana, pues era la conocida "hora punta" que nos obligaba a todos a cumplir a como de lugar, con la puntualidad en el trabajo. Eran otras épocas, el parque
automotor seguía creciendo y los taxistas hacían su "agosto", (mejor día) por la coyuntura y eso ahora, aun no ha cambiado. La vida se manifestaba en una suerte de expectación del que
sucederá mañana porque el país crecía, pero los cambios políticos lo hacían
inestable. Así y todo se sentía los avatares de mi Empresa, con la misma rutina
de siempre, entre las oficinas bulliciosas o en el silencio de las secretarias
que redactaban una carta. No llegaba aún el reinado de las computadoras y las
tomas del odioso dictado adquirían en ese tiempo, el sabor de una escritura
impecable.
Para los de la familia Cantell, este era su mundo y su existencia, su forma de surgir. Pero no todo eran los papeles y los chismes de la oficina eran suficientes, faltaba la sonrisa de los hijos en el hogar y así fue durante largo tiempo. No faltaron los recursos, las pruebas y aún los viajes que ellos hacían como una forma de atisbar la esperanza. Fueron muchos los exámenes fallidos, los intentos, los corazones apocados hasta que al fin, como si fuera el último recurso, la matriz dio buenas noticias: Eran dos hermosos óvulos fecundados in vitro, ya tenían una razón de vivir. Los padres felices después de tanto esperar, tuvieron el fruto prometido. Años de búsqueda, plegarias para Aquél que hiciera el milagro y los anunciados, por fin, nacieron.
No obstante, dos varones se presentaron y un nuevo comienzo en la vida se escuchó para la alegría de todos. Las malas noches comenzaron, los pañales abundaron y todo fue una responsabilidad compartida. ¿Y qué de las gracias al Hacedor? ¿Qué de seguir la relación con un eterno agradecimiento? Los niños y sus necesidades ocuparon el primer lugar en su matrimonio y ya no le dieron tiempo al peregrino para reafirmar su fe, no era para menos.. Pero el padre primerizo, no sabe, no entiende, no opina, pero a mí no me convencieron los motivos de cambiar el orden de todo para ignorar a Quién les cambió la vida. De esto, ha pasado el tiempo y ahora los bebitos que fueron, hoy ya juegan al fútbol en el club de sus amores y son adolescentes pero, ¿Y el profesional bendecido? Nunca más regresó a la Congregación. Tal vez por un antiguo resentimiento o quizá por el qué dirán, no lo sé.
Pero si me dejó la boca
amarga el hecho de la ingratitud de los Cantell aún de encontrar lo que nunca se perdió. Pero sabemos también que en lo profundo de nosotros también existe esta raíz. Me
preguntaba entre otras cosas ¿Acaso hay grados de ingratitud? Hoy por ejemplo,
no hablé con Él y no quiero ser un hijo obediente, hoy quiero
ser otro y no exagero, Recuerdo siempre, lo admito, que yo también soy un
ingrato. Pero cerrar mis ojos a la evidencia, cuando tengo conmigo a mi sangre
anhelada, la que nunca tuve pero ¿Ahora sí, solo por un regalo de amor? No lo concibo,
no entiendo, no lo acepto pero no lo condeno…
No obstante, el ser humano es así. Para aquél que el milagro se hizo, para la mujer
insensible de corazón o matriz y para el niño que ignora Quién al fin, le
permitió vivir. ¿O será para el anciano que llegó al ocaso de su azarosa vida? En fin, este mensaje es para toda la
humanidad religiosa que cree en Dios, si, pero que vive como si Él no existiera…
Roque
Puell López Lavalle
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