Casa de la amistad, el hogar
de nadie, donde nacen los pasos del regreso apenas llegas pero que es el espejo
del alma, de la vida misma, de lo que anhelas y de las historias sin nombre, sin
final, para así soñar despiertos y nunca encontrarse. En la imaginación del tiempo, se vislumbró una
morada de amor, un refugio necesario que se inició por el cariño de una
generación sin historias ciertas y sin ojos para deleitarse en las sombras
negras de la inconciencia. ¿Había que esperar más?
Descubrieron un amparo por
las inclemencias del tiempo, tal vez por los recuerdos de volver a la inocencia
perdida pero que no se dieron cuenta que así se descubrieron sus propios deseos y temores
para volcarlos en los sentimientos y en el cuerpo. Sería entonces, para
expresarse un sincero amor y que aquello sirviera para escalar montañas encontrando quizá los tesoros escondidos del imperio de los sentidos. Sin embargo, algunos de ellos serían sin
fundamento y otros terminarían como un simple cuento de fantasías.
Se dijo que era una quimera,
un sueño inconcluso de seres sin conciencia ni recato y que solo eran recuerdos
de las palabras que se dijeron alguna vez, como son esas promesas incumplidas de la indigna
palabrería de la gente. Pero los augurios sintieron la majestad de lo que era sincero,
real, y era cierto porque allí se llenaron de luz junto a las sorpresas de ese
momento. Las gorgonias de la envidia y de la muerte reclamaron el espasmo pero
las circunstancias del momento no se dejaron vencer. El sueño anhelado al fin se hizo una realidad,
el espíritu de la unión, dio cabida a una sola verdad: El triunfo del amor. Así entonces,
el calorcillo de estar juntos, asomó sus esperanzas porque de esa manera fueron creciendo
dos almas en una burda complicidad. Ya no habría tiempo para reclamos, había
que vivir una esperanza viva aunque sea intentando de una vez por todas, la verdad.
Casa de la amistad y de los
pasos perdidos, el reflejo de los espejos del alma y de la hipocresía de los
extraños, aquellos que siembran las mentiras verdaderas para según ellos, soñar
más despiertos. Quién quisiera que fuera una casita de amor, donde nace el
chocolate y donde se pierda para siempre, el albur. Más creo que los niños que
llegaron en ese tiempo, fueron felices
de entrar a la magnífica estancia y así nació por entonces, según me contaron
los vecinos del convite, la morada azul...
Roque Puell López Lavalle
Link: https://www.youtube.com/watch?v=XvQx23G_HDc
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