miércoles, 22 de enero de 2025

El brindis

 

Hacía algunos años, Pablo había llegado a su nueva casa luego de mucho tiempo de estar ausente. Su madre, como era de esperarse, se sintió muy feliz al verlo y lo recibió alegremente. Ella era de un carácter tranquilo y hacendoso, hizo que todo marche como debiera habida cuenta que al paso de los años, el trabajo la había hecho fuerte y a la vez sencilla para empezar de nuevo con su hijo en un silencio inexplicable.

Pablo se mostraba extraño. En el hogar sentía a la soledad que para él no le era nada raro, quizá la percibió etérea, misteriosa y testigo de un nuevo comienzo porque algo tendría que pasar según él. Encontró a su país diferente. El estar fuera durante más de un a año, lo hizo ver otras formas de encarar a la vida a comparación de la gente que conoció en la eterna primavera, con sus luces y sus sombras como todo ser humano. Sin embargo, eran otras las vivencias, muy parecidas a su amado terruño pero incomparables por estar rodeado de muchas nacionalidades. Él siempre se sentía útil, comprometido, feliz, sin olvidarse que no se desarrolló en el desierto.

Había conocido a Don Calayo, un hombre mayor de 74 años, pueblerino, muy educado, amable y comedido que lo tuvo como huésped en su casa situada entre los fríos de las montañas donde las coronaba un espléndido volcán. En su misión conoció el rigor del clima especial y de la gente amable. Pero la calidez de la provincia le hacía parecer vivir en un mundo mágico como apartado de la ciudad sofocante y tediosa. Se acostumbró a ello y quedó entonces profundamente consternado. Regresó años más tarde con la misma alegría de siempre. Y así también encontró grandes cambios en el lugar donde vivió que no había visto antes. Don Calayo en ese entonces, siempre lo recordó como el fuereño singular que a cada momento sonreía.

Ah… los recuerdos de Pablo, pero volvió a su realidad. Ya era casi fin de año y ya se aproximaba la fecha de su onomástico. Sus amigos con el alejamiento del viajero, no se habían enterado del acontecimiento. Algunos incluso no imaginaron siquiera que él había llegado de tan lejos. Lo hacían perdido en las selvas tropicales del Amazonas, seguramente por su fama ganada de temerario. Solo que a él, casi ni le importaba y era indiferente por tales ocurrencias. Estaba acostumbrado sí a las vegas, a los parajes llenos de verdor entre las imponentes montañas de pinos y volcanes. Creo que así parecía ignorar la fecha de su nacimiento.

No obstante, la fecha se cumplió y con la nostalgia del tiempo, recuerda con su madre, los años idos. Sentados en el sofá de la casa, en la tranquilidad del ambiente, antes contado se sirvieron una copa de vino y alzaron la copa por el “santo de Lepanto”, y por lo que le quedaba en el quehacer de la vida. Aunque inconclusos los sueños de momento, se prometían las grandes bendiciones por el Eterno como ocurrió en los años subsiguientes a la fecha. Así pues, el ofrecimiento de dos solitarios se realizó entre la lealtad de su madre y el corazón triste de Pablo, pero engrandecido por Dios. El brindis entonces, pudo respirar tranquilo y quedó satisfecho de haber cumplido su cometido.

Roque Puell López – Lavalle



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