Se llamaba Richi. Algunos lo tildarían de loco pero su presencia era la de un hombre barbado, altilocuente, enojado y severo en la mirada por su apariencia un tanto melancólica. Tan pintoresco era el zurdo, tan blanca era su tez que parecía el escritor emérito de las vidas de un monasterio. Vivía con una paloma que fingía ser a todas luces una reina. Ella conoció su vida y estaba cabizbaja en su hombro. Era engreída pues solo comía de su mano un poquito de arroz o lo que la mañosa quisiera recibir. Era un espectáculo mirarla cómo te observaba cuando te acercabas a él. Le obedecía en todo y sin embargo, ella buscaba lo que más le convenía pero no hacía mucho caso a las demandas de Richi. Argumentaba él que ella lo escuchaba cuando le ordenaba quedarse sin embargo, esta avecilla bandida solamente lo arrullaba y él sorprendido, se reía dejándola volar.
Él lloraba siempre a su madre fallecida porque para su pensar, nunca se fue y continuamente la elevaba al altar solemnemente. Pero para sus sentimientos, su padre ya estaba en los brazos de Mefisto desde las calderas del averno, porque ya lo había enterrado muchas veces en el rincón de sus recuerdos. Fungía como gran orador, era polémico, escritor de valiente pluma, pero tan resentido y conflictivo porque casi siempre hablaba de lo mismo.
Creía en el anarquismo y en las alegorías de los grandes ideales del masón. Era el crítico ácido del gobierno de turno porque la suerte era para los trabajadores y en la razón de la patria, siempre la defendería emocionado porque ella era el fusil de los más valientes. Pan con libertad era su consigna porque buscaba de los antiguos partidarios el querer alcanzar el más grande galardón. Vivió diez años en la Argentina y todos los días eran aprender algo nuevo para educarse en la historia y en el vivir de la tradición. ¡Qué carácter!
Así sucede en el alma de un idealista porque resulta indescifrable ese tipo de juicio de valores atribuidas a un gobierno. Él era sincero en todo lo que creía y no me extrañaba que buscaba el orden y la decencia en la misma justicia, aun entre los más encumbrados. Dijo que esto serviría para no engañar al más ingrato o al más educado. “Los nobles ideales se llevan por dentro, cumplirlos es una revolución personal y practicarlos, es un deber la Nación” - afirmaba. Pero yo pensaba... ¡¡Pobre de aquél que coma solamente de la ilusión!! Pero en la maraña de los ideales y de esos libros inflamados de las antologías, buscaba el cumplimiento a como dé lugar. Entonces, el llamamiento patriótico, que era inequívoco para él, le daba la bienvenida. Sin pensarlo dos veces, se alista presto en las tropas que marcharían al Este para vengar al invasor. Combate tras combate, trinchera por trinchera, la fiereza se demostró rauda en su valor y entrega.
El campo se inundaría de la muerte pero él no dejó de cumplir su cometido. Mal herido, pensó que hasta allí fue lo último que podría ganar. Más el destino, no lo quiso redimir. Bajo las lumbreras de la noche, escribiría sus últimas letras y hasta el primer canto de la diana, no pudo nunca conciliar el sueño. Pasó el resto del tiempo inactivo y convaleciente en el Hospicio hasta que finalmente, las Embajadas inútiles formalizaron el cese de las hostilidades siendo él así, uno de los veteranos. Cargó sus pertrechos y revivió su ánimo cansado, tal vez ahora apocado del reencuentro con su país pero victorioso del cumplimiento.
Su casa lo recibió solitaria, modesta, parecería no haber cambiado y sin embargo, se mantuvo intacta en el correr del tiempo. Bueno fue que la cuidaran y que lo recogiera alguno de sus parientes en la Estación. Su familia lo había abandonado y le tocó solamente su soledad y el tiempo, la pasión de su ser, para descansar con tranquilidad.
Recitó con vehemencia su expediente pero echó a sonreír de repente por la fortuna que le tocó vivir para plasmarla en sus memorias. Regresaron las amistades de antaño, pero solo quedaron las fotografías amarillentas de un álbum mohoso por el descuido. Se sentó en su vieja silla mirando a la fuente luminosa donde ahora brotaba el agua de un parque cercano a su vecindario. Luego de algunas semanas, terminó por fin los manuscritos sin editar que habían sido su vida en el frente. Fue testigo de los cambios de su nación. Preparaba así un manifiesto redactado dejando instrucciones de una serie de reformas pero habían pasado los años, casi nadie se acordaba de él. Un buen día, recibió la vista de alguien importante. Sería invitado al Palacio Nacional, el Gobernante querría hablar con él y precisaba de su presencia. Luego del convivio, pensó en mil cosas pero cansado, tuvo mucho sueño y tendido su cama, se quedó dormido... pero para siempre.
Yo lo estaba recordando leyendo sus libros y sus apuntes, sonre lo que nos enseña la vida. Creció y vivió como quiso, fiel a sus convicciones, nos dejó a nosotros mucho que pensar. No era un soñador, era un ejecutor de lo que pensaba y sería un orgulloso contrincante en la política. Los muchos libros son fatiga de la carne pero a veces existen esas frases sencillas, tan certeras y simplonas que aciertan más de una vez. Podrían ser verdad pero dudaba que él no las habría leído slguna vez. Es que nunca había visto a una persona que cuestionara así de las realidades, que insistiera tanto en su clamor, que se apasione así de la vida y que destile su talento en el derecho en una simple conversación. Pero descubrí que tampoco tuvo pelos en la lengua y que si tú hubieras querido corregirlo, ese sería tu gran error…
Roque Puell López - Lavalle
No hay comentarios:
Publicar un comentario