Las
callecitas eran todas empedradas y las casas estaban sumidas en el silencio de
sus pocos habitantes La indiferencia era una característica del lugar que se
pintaba lleno de verdor por la abundante flora pero se componía además, de una incipiente
fauna. Sin embargo, se escuchaba solamente el soplar del viento que parecía
perdido entre las montañas y entre las quebradas asonantes que las rodeaban.
Pero así las cosas, entre la soledad reinante y las puestas de sol, vivía
Almanzor.
Este
personaje, encontró en la lectura y en el arte de las pinturas, las cruentas
batallas de su conciencia, las preguntas de su yo ensimismado por los colores
vivos y en algunas ocasiones por las letras muertas de un viejo libro de vidas medievales
que siempre leía. Pensó que podría construir una vida distinta si quisiera pero
en el ocaso, la acabarla dándole solemnemente un respiro y así, poderla
terminar. Entonces, surgiría la rebeldía dentro de su interior pues creía que
era el dueño de la vida porque en ella podría darle a sus personajes, un futuro
prometedor sin menoscabo de un compromiso. Así pues, el pueblo podría haber
sido muy solitario pero él lo miraba con desdén porque la quietud de un
cementerio era su mejor inspiración y sin embargo, poco o nada le importaba.
Fue
en esas circunstancias que en su prolífica imaginación, una espada
resplandeciente bajó del cielo en una forma amenazante y él no teniendo alguna
defensa, cayó de bruces. ¿Era una alucinación? ¿Estaría soñando despierto? ¿Se
habría vuelto loco? Eso pensó y levantándose, arremetió con ira y desconfianza
pero gritando desaforado: “¿Acaso tienen ustedes una misión para mí para que
tengan que mandarme solamente una espada para liderar? Hubo entonces un
silencio, una quietud insoportable y no hubo por supuesto una respuesta…
Él
no se inmutó, parecía que conocía el origen y el motivo de tremenda
experiencia. Sin temor entonces, tomó la espada que estaba incrustada en la
tierra y quiso alzarla hasta el cielo creyendo así tener una revelación
inmediata ante su osadía, pero descubrió que una fuerza invisible llenaba su
ser y oyó una voz profunda que le decía que debía de conquistar no el mundo de
su alrededor, sino los propios abismos de su ser. Descubrió entonces que era su
desesperante soledad que se encontraba centrada en el ego de su propia
existencia. Vio después que no eran los tesoros extraños que debía arrancar de
otras tierras, no, ahora tenía que enarbolar sus propias banderas y pelear las
batallas de su propios pensamientos que ahora lo angustiaban. Al saber esto, no
pudo sostener más la espada entre sus manos y cayendo otra vez bruscamente hacia
atrás, quedó invadido de en un profundo
sueño. Las horas parecían interminables, nada parecía cambiar pero anocheció
rápidamente y sintiéndose el frío acostumbrado de aquellos lugares, la luna
llena no tardó en reinar…
Al
día siguiente, unos pastores lo encontraron casualmente y asustados fueron
hacia él y lo vieron maltrecho. Lo reanimaron echándole agua fresca en su
rostro y el escritor pudo sentir recién una tranquilidad que invadía su alma.
Luego sonrió dirigiendo su mirada al cielo y los pastores se sorprendieron no
creyendo lo que le acontecía. Almanzor había sufrido una terrible depresión y
no estaba ecuánime. En ese instante,
fijó sus ojos al pueblo perdiendo su mirada en el inmenso bosque. Sin decir una sola palabra, cerró sus ojos
para siempre sintiéndose feliz. Se fue conquistando a quien un día, lo abandonó…
Roque
Puell López - Lavalle
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