Habías vuelto después de un largo tiempo de las Europas y fue tan corto el momento de vernos. Ni siquiera fuimos al mar, sólo lo miramos de lejos, desde el malecón, viendo a las gaviotas volar. Qué belleza vieron mis ojos, cómo habías cambiado, siempre con tu carita de niña curiosa al encontrarte conmigo y tus ojos grandes, capulíes, de tanto soñar. En nada se convirtieron las horas que hablamos, la conversación ya no era como la de antes, las que se cristalizaba cuando ambos nos buscábamos pero qué carácter.. Esas historias nuestros recuerdos, que se convertían en paradójicas cuando era difícil de crecer.
Sin
embargo, ya no éramos los adolescentes y ya no estábamos solos pero conservamos
la alegría, el cariño, la paz de ser unidos y el de querernos mucho como hacían
los tiempos. Es una verdad manifiesta, es una sinceridad espontánea, un
quererte como eras y tú de quererme como quisieras. Pero ese día tú te tuviste
que marchar luego del paseo de aguas, después de saber abrazarte y tomarte de
la mano como antaño, en aquella cálida noche veraniega de ese año.
Y
volaste en medio del cielo oscuro de la tardía estación. No sé en cuántas lunas
vendrás, ojalá que no sea en nueve años, ni en nueve meses. ¿Por cuánto tiempo
me dirás? Cuéntame hasta entonces, de aquél día en que no te vi partir. Ni una
despedida, ni un quejido de pena para mí. Es el destino que nos separa, es el
inmenso océano que ya no significa nada, solo es un pálido reflejo, convertido
en un recuerdo para ti.
Pero
qué lata la mía, no estuve ese día en el Aeropuerto para tu despedida. Ahora
mis pensamientos se fueron contigo y mis preguntas también. No te olvides de la
invitación para tu boda, espero ir, en mi lejano sueño, en mi viaje imaginario
para no quedarme en aquél adiós que no se consumó. ¿Te podré escribir? Pero te
llevaste mi recuerdo y ni siquiera mi último beso extraño, pero tampoco mujer,
mi último poemario…
Roque Puell López- Lavalle
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