viernes, 28 de febrero de 2025

Richi


            Se llamaba Richi. Algunos lo tildarían de loco pero su presencia era la de un hombre barbado, altilocuente, enojado y severo en la mirada por su apariencia un tanto melancólica. Tan pintoresco era el zurdo, tan blanca era su tez que parecía el escritor emérito de las vidas de un monasterio. Vivía con una paloma que fingía ser a todas luces una reina. Ella conoció su vida y estaba cabizbaja en su hombro. Era engreída pues solo comía de su mano un poquito de arroz o lo que la  mañosa quisiera recibir. Era un espectáculo mirarla cómo te observaba cuando te acercabas a él. Le obedecía en todo y sin embargo, ella buscaba lo que más le convenía pero no hacía mucho caso a las demandas de Richi. Argumentaba él que ella lo escuchaba cuando le ordenaba quedarse sin embargo, esta avecilla bandida solamente lo arrullaba y él sorprendido, se reía dejándola volar.

           Él lloraba siempre a su madre fallecida porque para su pensar, nunca se fue y continuamente la elevaba al altar solemnemente. Pero para sus sentimientos,  su padre ya estaba en los brazos de Mefisto desde las calderas del averno, porque ya lo había enterrado muchas veces en el rincón de sus recuerdos. Fungía como gran orador, era polémico, escritor de valiente pluma, pero tan resentido y conflictivo porque casi siempre hablaba de lo mismo. 

          Creía en el anarquismo y en las alegorías de los grandes ideales del masón. Era el crítico ácido del gobierno de turno porque la suerte era para los trabajadores y en la razón de la patria, siempre la defendería emocionado porque ella era el fusil de los más valientes. Pan con libertad era su consigna porque buscaba de los antiguos partidarios el querer alcanzar el más grande galardón. Vivió diez años en la Argentina y todos los días eran aprender algo nuevo para educarse en la historia y en el vivir de la tradición. ¡Qué carácter! 

            Así sucede en el alma de un idealista porque resulta indescifrable ese tipo de juicio de valores atribuidas a un gobierno. Él era sincero en todo lo que creía y no me extrañaba que buscaba el orden y la decencia en la misma justicia, aun entre los más encumbrados. Dijo que esto serviría para no engañar al más ingrato o al más educado. “Los nobles ideales se llevan por dentro, cumplirlos es una revolución personal y practicarlos, es un deber la Nación” - afirmaba. Pero yo pensaba... ¡¡Pobre de aquél que coma solamente de la ilusión!! Pero en la maraña de los ideales y de esos libros inflamados de las antologías, buscaba el cumplimiento a como dé lugar. Entonces, el llamamiento patriótico, que era inequívoco para él, le daba la bienvenida. Sin pensarlo dos veces, se alista presto en las tropas que marcharían al Este para vengar al invasor. Combate tras combate, trinchera por trinchera, la fiereza se demostró rauda en su valor y entrega. 

            El campo se inundaría de la muerte pero él no dejó de cumplir su cometido. Mal herido, pensó que hasta allí fue lo último que podría ganar. Más el destino, no lo quiso redimir. Bajo las lumbreras de la noche, escribiría sus últimas letras y hasta el primer canto de la diana, no pudo nunca conciliar el sueño. Pasó el resto del tiempo inactivo y convaleciente en el Hospicio hasta que finalmente, las Embajadas inútiles formalizaron el cese de las hostilidades siendo él así, uno de los veteranos. Cargó sus pertrechos y revivió su ánimo cansado, tal vez ahora apocado del reencuentro con su país pero victorioso del cumplimiento. 

Su casa lo recibió solitaria, modesta, parecería no haber cambiado y sin embargo, se mantuvo intacta en el correr del tiempo. Bueno fue que la cuidaran y que lo recogiera alguno de sus parientes en la Estación. Su familia lo había abandonado y le tocó solamente su soledad y el tiempo, la pasión de su ser, para descansar con tranquilidad.

            Recitó con vehemencia su expediente  pero echó a sonreír de repente por la fortuna que le tocó vivir para plasmarla en sus memorias. Regresaron las amistades de antaño, pero solo quedaron las fotografías amarillentas de un álbum mohoso por el descuido. Se sentó en su vieja silla mirando a la fuente luminosa donde ahora brotaba el agua de un parque cercano a su vecindario. Luego de algunas semanas, terminó por fin los manuscritos sin editar que habían sido su vida en el frente. Fue testigo de los cambios de su nación. Preparaba así un manifiesto redactado dejando instrucciones de una serie de reformas  pero habían pasado los años, casi nadie se acordaba de él. Un buen día, recibió la vista de alguien importante. Sería invitado al Palacio Nacional, el Gobernante querría hablar con él y precisaba de su presencia. Luego del convivio, pensó en mil cosas pero cansado, tuvo mucho sueño y tendido su cama, se quedó dormido... pero para siempre.

                Yo lo estaba recordando leyendo sus libros y sus apuntes, sonre lo que nos enseña la vida. Creció y vivió como quiso, fiel a sus convicciones, nos dejó a nosotros mucho que pensar. No era un soñador, era un ejecutor de lo que pensaba y sería un orgulloso contrincante en la política. Los muchos libros son fatiga de la carne pero a veces existen esas frases sencillas, tan certeras y simplonas que aciertan más de una vez. Podrían ser verdad pero dudaba que él no las habría leído slguna vez. Es que nunca había visto a una persona que cuestionara así de las realidades, que insistiera tanto en su clamor, que se apasione así de la vida y que destile su talento en el derecho en una simple conversación. Pero descubrí que tampoco tuvo pelos en la lengua y que si tú hubieras querido corregirlo, ese sería tu gran error…

Roque Puell López - Lavalle 
 

martes, 25 de febrero de 2025

La calle está dura

 


 

- ¡Las cajuelas están vacías muchachos! -

- ¡Pónganlas en su sitio! -

Exclamaba el airado hacendado porque los cafetales ya habían sido bien cosechados y los mejores granos fueron escogidos para el beneplácito de todos ellos. Los trabajadores cantaban muy alegres por el buen rebusque y por las buenas ganancias que tendrían la Hacienda en el Occidente del Departamento. Esto se vio en el país de los contrastes, en el campo de las viñas y de los olivos, también pasaba en el engreído terruño de los encumbrados.

Y sin embargo, el labriego encargado, estaba como enfermo y muy callado. Era el corazón del cuarentón Amadeo, hacía mucho que le iba fallando pero de la tristeza y de la congoja. Entonces su hija y su familia, al verlo de esa manera, se sumaron prestos al carromato de las penas, al llorar mundano, a las profundas cicatrices del alma. Es que para él se aproximaba la boda del año, las fiestas del pueblo y era su hija la desposada. ¡Al fin se esperaba la inmensa fascinación de una fanfarria!

Sin embargo, ¿Qué podrían saber lo entendidos de un marrano encebollado envuelto en hojas de legumbres y especias? Nada, porque algunos están acostumbrados a la moda de lo pequeño, quizás a lo frugal y a la novedad de los sabores, pero casi no saben de pócimas de los hierberos...

Pero él emprendió su trabajo con ahínco y pidiendo un mejor sustento al dueño de la Hacienda con la garantía de un mejor resultado en aras de un mejor desempeño y en las alegrías de un simpático evento. ¿Podrían acaso no cumplirse las tareas de lo antes acordado? ¿Se acabarían las siembras y las cosechas de la Casa grande por una fiesta?? Entonces, animado, le explicó con mucha fe que las formas y los fundamentos estaban dados en más que una promesa porque eran claras las cuentas con recursos y resultados.

Entonces, Don Rudecindo, el dueño, contagiado del ánimo inicial, pudo prometer casi de inmediato con las reglas del acuerdo. Y si bien, faltaban todavía algunos ajustes, cedió ante el pedido alegremente y así se esperaba entonces, la gran boda del año.

Amadeo entonces, trabajó con no poco esfuerzo y responsabilidad. Entonces, buscó y buscó la respuesta en el contrato prometido pero era imposible encontrar a Don "Rude", porque más parecía el trámite de un recién fallecido, que un documento extraviado. Ya faltaba poco para la fecha acordada, a duras penas se conseguía la contestación pero él fielmente esperaba la promesa acordada. Ah, pero más hubo noches sin luna llena y más fueron los silencios del fantasma que nunca se sabía con certeza dónde estaba.

Así fueron decayendo los ánimos y llegando el fin de la espera, nunca apareció la figura del dueño. El labrador estaba turbado y el corazón le iba cantando la frustración. Y así, tan parco como era, con su sombrero de fieltro inclinado en la cabeza y con un cigarrillo prendido a medias, reflexionó entonces sentado entre la puerta de su casa, entre las gallinas que a pocos venían a comer de su mano:

            “Quizás en los sueños del hacendado nunca aparecieron las barbas del trabajador ni la desdicha del mendrugo en una mesa de madera vieja quemada por el sol reinante. Menos aún el sentir de una mano amiga en los días del albur. Adiós quizá al laberinto de sus decisiones o el pensar mejor de cuál sería el mejor criterio, el suyo o el mío. Pero al fin usté subió al tren del olvido, a la ventana del camino extraviado, aquél que ya no se vuelve ni aún para recordar… Tal vez la conciencia es la que no lo deja tranquilo y abrumado por los años, no sabrá qué contestar, pero mejor hubiera sido atarse una piedra de molino al cuello para que lo profundo de la laguna, se lo pudiera tragar. Mire usté: Mejor es dar la palabra que se pueda cumplir, antes que la ingratitud le invada, para no concluir”. Terminó su reflexión melancólica botando a la par de las gallinas, la colilla amorfa de su cigarrillo.

No obstante, en el otro lado de la estancia, entre los silencios de las cañadas, muy lejos, se escuchaba la voz de queja de un estribillo:

-- ¡La calle está dura! ¡La calle está dura! ¡La calle está dura! --

Le dijo la mente y la poca razón al huidizo hacendado entre las otras acusaciones sin sentido por la inconsciencia y por el dolor que experimentaba. Exclamó ido y convencido, repitiendo lo mismo el mal portado arrugando con sus manos algunas hojas secas que había arrancado nervioso de un árbol cerca de algunos matorrales.

El campesino no podía creerlo. Don "Rude" ¡Había perdido la razón! Con razón estaba no habido. Todos se habían enterado recién cuando lo encontraron maltrecho y solitario, muy distante de su casa. Pero nunca tuvo la amistad o el reconocimiento de propios y extraños porque el tiempo se encargó de hacerlo.

Más el guaso, tuvo por fin, la boda esperada. Tuvo la ayuda de la hija mayor de Don Rudecindo y sus compañeros de trabajo para el esperado evento. El recién pudo sonreír y sentirse satisfecho por su buena “suerte”.  Pero la hacienda no prosperó. Al pobre hacendado, ya recluido en su propio hogar, le habían puesto el mote de “casa - sola” por su irreversible condición. Fue algo extraño que reinara en él, un terco y engañoso sentimiento en su conciencia perdida hasta que llegó el tiempo de su propio funeral acaecido tiempo después de la boda pueblerina de la hija de Amadeo.

Fue un casamiento tan sonado y esperado que muchos la recordaron por una coincidencia fatal porque nadie pensó que las cosas del destino se iban a dar de esa manera.

Roque Puell López - Lavalle

La flora



 

Mi testigo hoy será la noche oscura

¿Por qué el viento silba y crece?

Ah, es por el frío de la montaña,

por la flora en el campo,

que ahora luce cabizbaja…

II

En el silencio de las sombras

existe un gran misterio,

en las palabras que no se dijeron

y por tu frágil sonrisa sin esperanza

que se perdió en un laberinto.

III

Vino la soledad que llegó a mi alma

pues ya no tuve tu dulce alegría

y quisiera verte para reírnos juntos

o volar por las brisas del viento.

¿Por qué no vienes conmigo?

IV

Pero creo que será inútil mi especial sueño

y vano también sería mi querer sentido

pues me di cuenta que no me quieres

pero tampoco lo deseas…

 V

Más tonto soy ahora, que todavía te deseo

pues sin qué ni por qué, me ilusioné contigo.

Es como si yo fuera un niño en rebeldía

o como si fuera, un león herido...

VI

Aun así, en mi árido destierro, pensé en tí,

haciéndome las mismas preguntas...

y casi con las mismas respuestas.

Con mil tristezas en mi corazón

y el perder de mis anhelos…

VII

Y en tu simple adiós quebrado y sincero,

me despido sin las bobas palabras

que en esta ocasión se dicen.

Porque sintiendo ahora la noche aciaga,

 todavía podría extrañarte en silencio.

Más yo creo que olvidarte sería mejor;

oh sí, pero sin tanto aspaviento...

Roque Puell López Lavalle



viernes, 14 de febrero de 2025

El tren

 


    La mañana amanecía tranquila como siempre en la gran ciudad. Todos despertaban de un merecido descanso porque el día anterior se vivía entre los jirones y los trajines. No por casualidad los así llamados “lechuceros” venían tan cansados de sus oficios, que siempre terminaban en los dimes y diretes de sus hogares, por decir lo menos..

    André Villa Rizzo, se encontraba en la Estación de Desamparados donde esperaba el tren para embarcarse hacia el pueblito de San Mateo, aquel minúsculo destino enclavado en la sierra de Lima. Estos armatostes que servían de transporte en la vieja ciudad, fueron la inspiración del dictador de turno cuando nuestro administrador frisaba ya los 50 años y se había convertido con el tiempo, en un ejecutivo muy responsable habida cuenta que solo viajaba de Lunes a Viernes para cumplir con sus obligaciones.

    Pero André Villa estaba acongojado hacía algún tiempo. Sufría del mal de amores y se abstraía insistentemente diciéndose así mismo: “Ya ves, solo puedo quererte en mis versos, anhelarte en mis oraciones y tenerte en mi imaginación”. Lo repetía vez tras vez pero sus compañeros de trabajo, le expresaban que su amor era una gota de opio, una copa de sueños que bebía tiempo atrás por la mujer del abanico. Pero André no sabía lo que ansiaba, su alma gritaba pero su boca estaba en silencio porque no deseaba proferir palabra alguna. Según él, no podía quererla porque de sus manos huyeron las caricias y como no pudo darle un beso, cayó en el desaire de no querer encontrarla de nuevo. Carmela, su mejor amiga, le decía que busque una mujer que lo valore pero él solo se aferró a sus locos deseos y no quería que lo despertara.

    Solamente pasaron algunos años y su recuerdo empezó a descender, acaso por la sorpresa de encontrarse con Mary Ann, una amiga de antaño que se conocían de mucho tiempo pero el destino nunca se encargó de encontrarlos. André se dio cuenta que en la vida todo debía de ser recíproco y empezó a reconsiderar su estado tratando de ser diferente. Hubo entonces, un a atisbo de esperanza, Mery Ann se mostró comprensible con un tipo que no gozaba de simpatía para nadie porque ni sus amigos del colegio lo querían visitar. Él se equivocaba a cada rato, no era para menos, pero aprovechó la paciencia de Mery para recuperar el tiempo perdido. El noviazgo no duró mucho tiempo y se casaron al final de la primavera en medio de la algarabía de muchos y la envidia de otros. ¿Y la mujer del abanico? Mutis...

    Sin embargo, André tenía que seguir trabajando y cumplir con sus obligaciones. Luego de establecerse entonces, empezó una nueva vida en la Capital. Muy temprano por la mañana, se vistió como de costumbre y luego de tomar un desayuno espléndido preparado por su abnegada esposa, se dispuso a tomar el tren de las seis a.m. Llegó a su oficina muy orondo y puntual como en sus mejores tiempos, pero encontró una notificación encima de su escritorio. La abrió apurado pues esperaba hacía un año su ansiado ascenso y la leyó boquiabierto: “La Empresa ha creído conveniente, prescindir de sus servicios”.

Roque Puell López - Lavalle

lunes, 10 de febrero de 2025

La luz de tu volcán

    Deseo admirarte como las flores, quizá que me quieras, como la primavera ama los colores. Será por tu mirada de joven impetuosa o quizá por ser una mujer sabia y hermosa. Me contentaría siquiera, con el candor de tus razonamientos y tus miedos sin sentido. Así te doy entonces, mi corazón henchido lleno de flores rojas y un mar inmenso, pleno de ilusiones. Pero tus ojos me lo dijeron todo. Tristes o alegres, me da igual. Más con el correr del tiempo solo sé que te amaría, como son mis pensamientos y como es, la luz de tu volcán...

Roque Puell López - Lavalle

 

Entre tanto

            A otra tumba llevas las flores recién cortadas, hija de las circunstancias, a otros duendecillos compartirás el aroma de tus des...