viernes, 14 de febrero de 2025

El tren

 


    La mañana amanecía tranquila como siempre en la gran ciudad. Todos despertaban de un merecido descanso porque el día anterior se vivía entre los jirones y los trajines. No por casualidad los así llamados “lechuceros” venían tan cansados de sus oficios, que siempre terminaban en los dimes y diretes de sus hogares, por decir lo menos..

    André Villa Rizzo, se encontraba en la Estación de Desamparados donde esperaba el tren para embarcarse hacia el pueblito de San Mateo, aquel minúsculo destino enclavado en la sierra de Lima. Estos armatostes que servían de transporte en la vieja ciudad, fueron la inspiración del dictador de turno cuando nuestro administrador frisaba ya los 50 años y se había convertido con el tiempo, en un ejecutivo muy responsable habida cuenta que solo viajaba de Lunes a Viernes para cumplir con sus obligaciones.

    Pero André Villa estaba acongojado hacía algún tiempo. Sufría del mal de amores y se abstraía insistentemente diciéndose así mismo: “Ya ves, solo puedo quererte en mis versos, anhelarte en mis oraciones y tenerte en mi imaginación”. Lo repetía vez tras vez pero sus compañeros de trabajo, le expresaban que su amor era una gota de opio, una copa de sueños que bebía tiempo atrás por la mujer del abanico. Pero André no sabía lo que ansiaba, su alma gritaba pero su boca estaba en silencio porque no deseaba proferir palabra alguna. Según él, no podía quererla porque de sus manos huyeron las caricias y como no pudo darle un beso, cayó en el desaire de no querer encontrarla de nuevo. Carmela, su mejor amiga, le decía que busque una mujer que lo valore pero él solo se aferró a sus locos deseos y no quería que lo despertara.

    Solamente pasaron algunos años y su recuerdo empezó a descender, acaso por la sorpresa de encontrarse con Mary Ann, una amiga de antaño que se conocían de mucho tiempo pero el destino nunca se encargó de encontrarlos. André se dio cuenta que en la vida todo debía de ser recíproco y empezó a reconsiderar su estado tratando de ser diferente. Hubo entonces, un a atisbo de esperanza, Mery Ann se mostró comprensible con un tipo que no gozaba de simpatía para nadie porque ni sus amigos del colegio lo querían visitar. Él se equivocaba a cada rato, no era para menos, pero aprovechó la paciencia de Mery para recuperar el tiempo perdido. El noviazgo no duró mucho tiempo y se casaron al final de la primavera en medio de la algarabía de muchos y la envidia de otros. ¿Y la mujer del abanico? Mutis...

    Sin embargo, André tenía que seguir trabajando y cumplir con sus obligaciones. Luego de establecerse entonces, empezó una nueva vida en la Capital. Muy temprano por la mañana, se vistió como de costumbre y luego de tomar un desayuno espléndido preparado por su abnegada esposa, se dispuso a tomar el tren de las seis a.m. Llegó a su oficina muy orondo y puntual como en sus mejores tiempos, pero encontró una notificación encima de su escritorio. La abrió apurado pues esperaba hacía un año su ansiado ascenso y la leyó boquiabierto: “La Empresa ha creído conveniente, prescindir de sus servicios”.

Roque Puell López - Lavalle

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