De
tan larga estatura como todavía eres, la vida nos había encontrado en medio de
una trifulca en el parque central de Miraflores donde celebrábamos alegres el
empate de un partido de fútbol jugado por nuestra Selección. Todo el distrito y
sus calles estaban de fiesta, se formaban interminables caravanas, los sonidos
de las bocinas por los carros, arengas y vivas desaforadas de un gran encuentro
recién finalizado. Los discursos a nuestro país por ser siempre los mejores estuvieron
en boca de todos. El tránsito había sido paralizado para una noche que prometía
ser larga y descontrolada.
Pero
resulta que en medio de todo, unos malandrines le habían metido la mano a la
Gabriela faltándole el respeto y nosotros, sus amigos, nos fuimos corriendo a
defenderla. Cuando nos pusimos frente a ellos, tú no decidías vengar a la
hermana de nuestro común amigo que vivía cerca a mi casa pero yo si quería
liberar pronto mis hormonas alborotadas.
Entonces,
tuve que ser yo el que comencé con los trompicones porque tú no cedías a la
provocación que hacía ratos fue anunciada por este grupo de muchachos. Cuando
vinieron hacia nosotros, después de los insultos, no te quedó otra que
intervenir para sacar la cara por mí porque fui el primero en lanzar el primer
puñete en la cara del otro. Todo se
convirtió en ese momento en una gran pelea porque repartimos golpes y patadas a
diestra y a siniestra. Parecía que todo no iba a terminar tan temprano.
Recuerdo como si fuera ayer, que una piedra lanzada de gran tamaño, venía hacia
tu cabeza y la verdad no sé cómo volé de esquina a esquina como el mejor
arquero y pude contenerla justo a tiempo para que no se estrellara con tu "ingenuo" cerebro. ¡Pucha,
todavía me duele la mano!
De
los cuatro que éramos, contra los nueve implicados, vencimos a duras penas a
los culpables pero vino la Guardia Civil de aquél entonces para llevarnos a
todos presos por la bronca en la calle. Sin embargo, llegaron y nos encontraron
a todos abrazados dando vivas por nuestra Selección y hasta pensaron que éramos
los "hermanitos", del mismo partido. Más no se la creyeron así que
tuvimos que huir rápidamente en medio del parque, yo con mi camisa rota y tú
con la mirada tonta. Los demás estaban asustados y se fueron cada uno por su
lado. Los guardias ya nos alcanzaban,
faltaba poco pero yo con las justas me las ingenié y alcancé un taxi. El chofer
asustado me preguntó: ¿A dónde va joven? "A
seguir celebrando el empate", le dije pero luego reaccioné alegando: ¡¡ Pero me lleva a mi casa carajo!! Y
sin darle todavía la dirección dónde vivía, volteó el carro por la avenida
principal y jocosamente, pasé en medio de los que me perseguían...
Son
remembranzas de los años setenta y recordarlas hoy es una gran alegría por un
gran partido de estos buenos futbolistas. Julio es todavía un gran amigo y un
aguerrido hermano que el destino nos unió en aquella oportunidad. Esas broncas
de los veinte años, todavía hoy viven en mi corazón y cuando a veces paso por
ese parque, tan lleno de historias, siempre sonrío y a pesar del tiempo,
siempre lo reitero y lo reiteraré siempre por lo que queda de mi vida porque
todavía afirmo que: "Nosotros,
teníamos razón."
Roque Puell López - Lavalle