La emoción de llegar, poco a poco me consumía con tan solo pensar que podría encontrar después de tanto navegar. Los otros marineros no cabían en su asombro después de tantas vicisitudes por fin sus sueños comenzaron a vislumbrarse. No infundía el aliento del cómo llegar , el alma se contentaba tan solo con el pisar el continente prohibido o tal vez el mundo nuevo que nos había de encontrar. Unos reían, otros miraban el horizonte indiferentes porque no podían creerlo y sin embargo, todos sudaban copiosamente pues no sabrían qué iba a acontecerles.
En mi bitácora azul, escribí todas lasa contingencias con detalle al igual que todas las novedades con tesón. Mi pluma no desfallecía por cuantas peripecias o aventuras cortas de mi tripulación. Era el Capitán pero parecía un crío que sus padres lo llevaban a los lugares del juego en el campo del su pueblo y donde la diversión no terminaba de comenzar.
Y de repente en mis emociones sin par, se encendió el furor o la controvertida angustia del temor. El cielo radiante se convirtió en un negro turbión. pero este no cesaba aunque estábamos acostumbrados pero este fenómeno era diferente. Se escucharon ruidos en el firmamento. Sabía que eran lo temidos truenos que iluminaban todo y sin embargo, los fuertes vientos tampoco se hicieron esperar. Grandes ráfagas golpearon nuestra embarcación, perdimos por memento el rumbo pero gracias al Eterno que lo recuperamos en medio de rayos y el aguacero intenso.
Una tensa calma nos invadió a todos, un intenso de deseo de sobrevivir se tradujo en los rostros desencajados de la tripulación. Nuestro barco estaba a la deriva si no fuera por el viejo Sánchez, el timonel encallecido por tantas tormentas pero que lo supo controlar. Y nosotros ajustando el velamen y asegurando carga porque ni sabíamos a ciencia cierta el final. Muchos habíamos experimentado el embate de la naturaleza pero no faltaron los que rezaron fúlgidos del enojo que llevaba pero tenían que soportarlo. Parecía que no llegábamos al prometido continente, quizá a la tumba que según algunos les esperaba por tal tempestad.
Pasaron las horas y por fin se rompió el cielo, una luz brillante cortó el firmamento y de a pocos el aguacero comenzó a amainar. ¡Empiecen a subir las velas! ¡aseguren los cabos! ¡Vamos a estribor! Eran las órdenes, eran las esperanzas que todos merecíamos esperar.
En eso, toca la puerta de mi camarote mi adjunto, un oficial joven de unos 30 años de edad y me pregunta preocupado:
- ¿Por qué tenía miedo Capitán?
- ¿Estás loco? ¿De qué miedo me hablas? Refunfuñé....
- Capitán, lo que pasa es que.....
- Mira, - le contesté - hace mucho tiempo, tuve que empacar diez años de mi vida en un par de bolsas negras y embarcarme en el puerto a empezar desde cero. ¿No sé de qué miedo hablas? Y tú tampoco sabes de lo que hablas. Traes puro sueño. ¡Vete a dormir hombre!
Y es verdad. Con la emoción del incidente, me olvidé del miedo. Creo que estaba más preocupado por mi tripulación . Quizá me habría sentdo algo inseguro como es natural pero en ese momento no se me pasó por la cabeza por saber dominarlo. Mi adjunto lo después más tranquilo y le pude explicar que la fe en Quien nos creó es lo que me ayudó también a superar todo cuanto pasé. Luego de un tiempo corto, para beneplácito de todos, el sol salió más brillante que de costumbre y al fin completé mi sueño. ¿Estás conmigo? Le escribí a todos mis amigos en mi bitácora azul. No lo pudieron creer...
Roque Puell López - Lavalle
No hay comentarios:
Publicar un comentario