Caía la tarde de Junio, todavía el cielo brillaba y era como el horizonte interminable en la lejanía. Bajo las promesas dadas de los dos, pasaron de cerca las miradas de los curiosos, también los recuerdos encontrados del apasionado más no de su conciencia vivida en ese momento. Pero entre las nubes del firmamento nuboso, el apasionado mata sus penas y no se arrepiente porque ama a Dios, no ama a su madre porque está muerta pero sí quiere a la niña mora sintiéndose extraviado. Se conmueve por su pasado pero ríe por el beso ganado, por tener consigo a la de cabellos rulos que no tiene penas porque perdió el sentido y porque atrás quedó el nombre de su casta en la vergüenza de un abrazo.
El apasionado luego de meses se quedó solo, la niña mora había traicionado su promesa y parecía ser la más confiable por los sueños que compartieron y por el lecho que durmieron donde sus ojos contemplaron el amanecer de un nuevo día. El amante confuso o sorprendido, vuelve a tocar su corazón y descubre en su interior, el puñal de la verdad, lleno de muchas falsedades. Decepcionado entonces por la realidad, asumió valientemente su pérdida. Pidió fervoroso el perdón a Dios y con un silencioso suspiro, muere...
Roque Puell López - Lavalle