Cuando era un niño, mis tareas del colegio se veían casi interrumpidas por una soleada tarde bulliciosa como era la de un intranquilo escolar. Para mi si habían trabajos sería una novedad y ni siquiera revisaba la lectura semanal. Estos eran los verdaderos problemas de un muchachito curioso que quería comparar los acontecimientos del pasado con su vida real. No había venido todavía mi madre porque estaba trabajando y el hambre aparecía a ratos para quitarme la intención de cumplir con mis deberes. Ya mi perro adoptado se había ido, mis juguetes estaban dispersos y todas las instrucciones que me habían dejado me las sabia de memoria pero cumplirlas...
Sin embargo ¡Oh milagro! Las llaves hacían ruido al encontrar la cerradura en la puerta de mi casa. ¡Era ella! Había llegado temprano, los jefes de la ofician al fin la pudieron soltar. ¿Qué has comido mijo? Fue su interrogante que yo no supe contestar. Mejor quería saber qué había traído de comer y así tranquilizarme para poder jugar. Hasta que un momento me pareció escuchar una música alegre que provenía del parque frente a mi casa. Ya era de noche y el que menos estaba comiendo los ricos anticuchos de la señora de la esquina de mi barrio. ¡Un sol, un sol! Era la oferta callejera, ¡Papa sancochada y choclo a cincuenta centavos! Y así para mi, terminaban mis serios problemas...
Los niños y los mayores, después de comer, iban al medio del parque a los pies de un busto histórico. Ya eran casi las ocho de la noche y todos iban a ver a esta extraña compañía según mi modo de ver. ¡Mamá vamos a verla! --le decía-- entre emocionado y eufórico. Iba a descubrir lo que todo el mundo conocía menos yo. Lo primero que vi aparte de la gente arremolinada era una suerte de uniformados que en vez de llevar fusiles llevaban un acordeón, una trompeta o al menos un trombón que era más grande que el mismo dueño. Los tambores estaban alineados pero luego escuché los interminables aplausos. Todos estaban sonrientes y complacidos pese que otros niños jugaban indiferentes al compás de sus inocentes travesuras.
Resulta que ellos tocaban para un público que conocía de sobra lo que allí pasaba. Las partituras me explicaba mi madre, son de nuestra música y están hechas para disfrutarlas. ¿Y cómo se llama lo que están interpretando? Era mi pregunta pero de vez en cuando se escuchaban las palmas y se veían también pañuelos blancos pero nadie se atrevía a bailar. ¡Ah, --me decía mi madre-- eso es una marinera! Yo en la luna pero después caí en que eran las melodías de mi tierra hechas por la Guardia Civil alrededor de mi casa.
Cuando se fueron, yo me quedé triste pensando en todo lo que había vivido y regresando por el camino, recordaba los ritmos escuchados y un gozo extraño me había embargado así que yo traté de... pero mi madre viéndome distraído me preguntó: ¿Te gustó la retreta? Y yo le respondí extrañado con los ojos abiertos... ¡Ah, la retreta! ¿Qué es eso?
Roque Puell López Lavalle
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