A quien extraño como eras, así de sencilla, amorosa, valiente y socarrona, nunca te olvidaré porque aunque no te vea por ahora, siempre te recuerdo cuando disfruto el atardecer de tus notas, de tus pensamientos en el tintero y algunos regaños por mi sombrero. Pero si alguna vez me faltara la evidencia, tu fotografía me haría recordar que tu semblante nunca se fue, se quedó en la tierra de la Ermita, pero vivirá por siempre en mi corazón.
Por eso y porque sé que entre tú y yo siempre habrá ese mágico encuentro en aquel café que una vez nos hizo platicar y por la tanta charla que nunca la podremos menos que olvidar. Ese aroma del ambiente citadino, ese conversar del tiempo, ese pelear asombrado por la humanidad sin rumbo, para luego terminar en las risas y en las miradas del gran amor profundo de Quién nos creó. ¿Verdad?
Te quise mucho por quién fuiste y un tanto más por ser un volcán de fuego y yo un simple guajolote, cómplice de tus locuras porque tu vida era lo más importante para mí. Así como Dios te trajo al mundo, así de sensible, amiga y brincona, te fuiste para no volver. Yo lo pude presentir porque ya no te miraba y aunque muy lejos vivías, una corazonada nació en mí. Entonces, ya era tarde, rauda llegaste a los brazos del Eterno y yo sorprendido por la triste noticia, solo me quedé, con tu gran reminiscencia...
Roque Puell López Lavalle
No hay comentarios:
Publicar un comentario