lunes, 29 de abril de 2024

Cásate conmigo

 

De niño había conocido a una pequeña niña de ojos muy grandes, oscuros y muy agraciada. Qué maravilloso era ver cómo se mecían sus cabellos al viento cuando corría por los caminitos del parque vecino a la urbanización donde vivíamos. Su casa quedaba en las inmediaciones de la mía y no era tan difícil saber los días soleados que iba o venía de su colegio, porque casi todos mis amigos la conocían.

Ella vivía una eterna primavera, siempre se le notaba feliz y sonriente, pero resulta que no siempre era todo alegrías, a veces eran momentos de solaz y otros eran de tristeza. Con razón después la encontraba compungida y no jugaba con su vieja muñeca. Entonces yo le dije que no debería estar de esa manera porque la vida según yo, era maravillosa. Ella atenta y curiosa me escuchaba, pero un día no muy lejano, no pude contenerme y le dije muy orondo y seguro: "Cásate conmigo", pero se echó a reír sin saber por qué lo hizo. Me quedé muy confundido, yo era un niño bien parecido, educado, algo descuidado sí, pero muy varonil.

Pasaron algunos años de aquél “incidente” donde todos vivimos la vida de modo diferente. La música, los bailes y como toda nuestra juventud de entonces, esta solía ser contestataria o rebelde. De pronto, allí estaba ella nuevamente, ahora espigada, hermosa y con sus ojos soñadores de siempre, ávidos de conocer el mundo y contar las estrellas del universo. Pero otra vez las circunstancias le habían jugado una mala pasada. Las desazones y las desavenencias habían borrado su sonrisa dándole un aire cierto de romántica melancolía. Yo había crecido entonces, es más, había logrado rescatar mis anhelos y plasmar mis expectativas. Para ello había luchado sin desmayar y al verla otra vez, quise sumarla a mis triunfos personales. Recordé mi infancia junto a ella y aquél amor de niño que jamás claudicó, me llevó a conversar con ella sin ningún cuidado. Luego de algunas horas de pláticas afables, tomándola de sorpresa y sin que ella lo advirtiera, la miré a sus ojos verdes diciéndole muy seriamente: "Cásate conmigo" y se echó a reír bulliciosamente. Confundido otra vez, no entendí.

El tiempo pasó, la vida me llevó por otros caminos que me acercaron a otras conquistas en el plano espiritual y humano. Ya era otro, ya me habían aflorado desordenadamente las canas de la sabiduría al compás de mi frente amplia y resplandeciente. Usaba anteojos solo para leer cuando jamás me lo había imaginado. Los otoños habían dejado su huella y los inviernos me habían acostumbrado al refugio hogareño. Quizá habría renunciado a todo eso pero no a la primavera de mis instintos. Ellos se mantenían todavía  además de vivir un verano intenso inminente. Había tenido descendencia para que me hicieran abuelo muy pronto pero la que fue la madre de ellas, se la llevaron los avatares infelices que ya no serían de mi incumbencia.

Así las cosas, al retornar de un viaje tedioso, de pura casualidad supe que aquél juvenil amor, había retornado al país.  La magia de la memoria me trajo hermosas remembranzas y otra vez se manifestó en mí el espíritu del amor. Una extraña sensación de romántico sentimiento me colmó de ilusiones y de esperanzas. Entonces, llegó el momento de volver a vernos, la ubiqué en su casa antigua junto al parque y floreció nuevamente la amistad perdida por los dos. Pero, creí que continuábamos juntos por el recuerdo de las majaderías y alegrías de antaño y no me equivoqué.

Sin tomar conciencia, nos hicimos más amigos cada día, reíamos y peleamos como siempre, había un apego que no se apagó a pesar de la distancia. La soledad, la melancolía, la experiencia y el extrañar de su anhelada presencia, me hizo preguntarle preocupado que si el firmamento diera un giro de 360 grados y se juntaran las estrellas para dar un sola luz, potente y hermosa ¿Qué es lo que ella haría? Se mostró pensativa y dudosa de la seriedad de mis palabras no sabiendo qué contestar. 

Entonces, sin saber la respuesta, un halo de misterio nos envolvió a los dos. Sin mediar palabra, me atreví a sincerarme a hablarle. En tono muy diferente, serio e impávido, la tomé de las manos y le dije: "¡Cásate conmigo!". Abrió sus ojos grandes, miró a los míos y no se echó a reír...

Roque Puell López Lavalle


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