martes, 30 de abril de 2024

Si tu corazón quisiera

 



Las tardes poco a poco terminaban en los horarios del trabajo, los momentos bulliciosos comenzaban a ser pequeños y el sol se dormía porque la luna emocionada iba a reinar. Muchos apuraban el paso para llegar a sus hogares y reuniones porque la oscuridad pronto vendría y nadie se atrevería a chistar. Las interminables filas de los trabajadores y empleados corrían raudos para embarcarse en los buses y colectivos para no esperar más en los paraderos designados. ¡Oh ciudad de los contrastes!

Entonces, mi nombre buscaba el tuyo, mi pensamiento volaba hasta tu semblante y a lo mejor sabría dónde encontrarte. Sin embargo, entre mis afanes, te hallé dibujada entre la sonrisa de unos niños que todavía jugaban en la acera de enfrente. Qué candidez, qué inocencia en sus miradas, incluyendo esas manitas sucias del tanto trabajar. Ellos me llamaron la atención por los ojitos traviesos de tu recuerdo, pero también me hicieron acordar el amor de la inocencia, ese que se perdió en el tiempo y a pesar de ello, todavía se encontraba intacto. ¿Habríamos sido quizás, cómplices?

Quizá la sombra que sigue tus pasos se perdió en lo que parecería tu silencio pero aun así me encontraba en apuros. De repente estabas escondida en el azulino del cielo o tal vez en la campiña con aquellos inmensos árboles de pino que tanto me gustaban. En ese entonces, era vario pinto el paisaje que escondía al lago azul donde solía pintar mis cuadros pero también plasmaba mis grabados en carboncillo que eran como una gran amistad sentida.

Las flores de mis lienzos podrían compararse a tus misterios que escondías temerosa para mí. ¿Quiénes podrán descubrirlos? No lo sé, será porque esas flores las encontré solitarias pues nadie las había cuidado en el bosque. ¿Quiénes las encontrarían? Me contestó el silencio. Pero en cambio, yo si tenía tu fragancia, pero no entendía el porqué de tus espinas en los tallos. Solamente sabía que en tu frente noble acompañada de tu ondeada cabellera negra,  llevabas más de una rosa imaginada pero en tu mirada serena, quizá despertaría de los laberintos del sueño que me invitaba a contemplarte.

Y sin embargo, pesaba yo, allí estabas, extasiada de tus afanes y cansada de mirones ciegos porque las respuestas no las tenías y aun, sonreías. ¡Quién te entiende! Ayer me hablabas de las bonanzas de tu pueblo, de las injusticias que atravesaban por una palabra incierta de los pasquines de los inocentes. Era toda una vorágine de promesas y expresiones bobas que hablan las verdades en toda una noche, más destilaban mentiras por la mañana. Y tú estabas descontenta allí, pero yo creía y ciertamente te admiraba…

Y así vuelvo entre las calles de los humeantes minibuses, de las bocinas locas e insistentes, entre la tarde que ya muere, entre el chirrido de los autos y las camionetas coloridas. Regresas, quizá por la misma vereda, tal vez por el mismo camino de la mañana donde se encontraron dos besos. Uno que era el mío y el otro era el de la despedida si lo recuerdas. Aquella acera que una vez nos prometió encontrarnos en el claro de las mañanas o de repente me imagino, como decían los antiguos moradores, “bajo el puente”, donde llegaba el último tren de la tarde.

¡Claro! El caballo de hierro, aquél viejo latón de recuerdos y ensueños, el contador de chismes y de cuentos, que no se olvidó dónde nos pudimos encontrar. Y tal vez allí pudiera darme cuenta de mis anhelos porque mi corazón no dejó de latir. Es más, podría robarte un apasionado beso y tal vez aparecer en todos tus sueños o en ninguno, si es que tú me dejas. Tal vez tú podrías amar a mi corazón desnudo y yo amarte todas las noches yertas, si tu corazón quisiera…

Roque Puell López Lavalle



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