Era el flaco, mi gran amigo, mi confidente, el tal y controvertido joyero a quien yo quería mucho desde nuestra recordada adolescencia.
Fue entre todos los de su familia, el hermano mayor que rezongaba en su casa y como todos nosotros, era un travieso compulsivo. Era casi como yo y lo veía así porque parecía ser mi hermanito menor cuando vivía en mi solitaria existencia. Quizás sería el pensar de muchos en el barrio por aquél mágico ausente que ellos creían conocer…
Creció como músico de oído en la melodía de una guitarra vieja porque a más de uno nos deleitó sin tanta preparación. Tocaba las baladas otoñales y eran más las canciones que los versos, porque nunca pudo escribir a pluma fuente pero al final todos terminábamos contentos. Amigo de todos, también de la bohemia y de la buena vida. Era quien trabajaba en artesanía, el chico agrandado de entonces que se volvió un gran empresario con su taller.
Hasta que una vez, la vida le dejó un indeseable aviso y su familia así extrañada, se preguntaba ¿Qué habría de suceder ahora? Entonces, entre las citas médicas y los desvelos, él se enteró de una noticia crucial. Estaba escrito que era poco el tiempo que le quedaba en esta vida y aunque muchos lo alertaron, a él nunca le importó. Llegó entonces el momento de los desenlaces y no tardó entonces, en ingresar al Hospital. Así entre medicinas y entendidos, rodeado y el cuidado de uno de nuestros amigos que es médico, su semblante estuvo realmente mal. Aunque antes pude también conversar con él por teléfono, hicimos bromas que al final fue un recuento de lo que en la juventud hacíamos al visualizar nuestros planes. Quedé con él en vernos pronto y ver la manera de saludarnos otra vez, pero fue en aquellos afanes que el hombre fuerte de antes, se halló grave sin otra alternativa que orar a Dios por él.
Se hizo mucho para reanimar al artesano que ya se nos iba y solo era cuestión de tiempo. Pero a decir verdad, el amor de todos nosotros, si lo recibió sin dudar pues alcanzamos a darle ánimos y la esperanza de encontrarnos otra vez. Por fin, descansó su cabeza un día antes de nuestra visita en un domingo frío por la mañana. Pero se nos adelantó y cerrando así sus cansados ojos, en medio de la nada, nos dejó. Pude después dar unas palabras en su funeral pero a decir verdad, ni las oraciones ni los recuerdos de los que estuvimos allí, el legado que dejó nunca lo podremos olvidar...
Roque Puell López - Lavalle
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