Todavía puedo sentir el viento golpeando los surcos de mi rostro y tal vez ahora crea como una verdad, lo que cuentan algunos. Dicen que este fenómeno acaricia con gélido placer nuestro semblante para hacernos recordar vivencias de nuestro pasado. ¿Será cierta esta afirmación? No sé si creerla.
Todavía viene a mi mente al empezar el estío, el final de una ilusión guardada que se transformó en una época perdida contada en los manuscritos de un texto. Tal vez eran muy antiguos porque hoy son solamente contradicciones que nunca encontraron una respuesta. Posiblemente creo que fue el sueño trsanochado de un orate o de alguien misterioso que por mucho madrugar, nunca le amaneció la esperanza.
Todavía pensé que a más de un año y meses de tu alejamiento, tú despertarías de tu letargo. Pero me di cuenta que solamente fueron las negativas de tu alma a todas luces desdeñables y extrañas. Entonces, mi corazón entendió por fin tu indiferencia de no quererme y te refugiaste en la oscura madriguera de la lejanía.
Todavía las palabras no se las lleva el viento, las malas acciones fueron tus heridas a conciencia, la ingratitud fue tu costumbre y todas ellas son las espinas de un rosal que hicieron sangrar a las manos protectoras que quisieron cuidarte. Acaso yo quería verte feliz para defenderte de los fantasmas de esos recuerdos de los que no querías hablar.
Todavía anhelo la voz de tu reclamo, tus efusivas palabras defendiendo tu verdad, habida cuenta que no quisiste enfrentar al amor de un soldado que te pidió una sincera oportunidad. Pero así sucede, la oscuridad penetra en una casa derruída, la niebla lo hace en el más radiante sol, pero muere luego en la más etérea realidad, sin pena ni gloria.
Todavía creí que me guardabas lealtad o encendidas hogueras de comprensión con tus manos cálidas y sinceras, de algo más que una amistad. Pero pienso que me equivoqué, elevadas son las vallas de tu castillo, inaccesibles son las cumbres para ser tu bendición y oscuros como imposibles son los caminos para llegar a tu egoísta corazón.
Todavía lo siento, lo escucho incesante en mi ser entristecido por tu silencio y estoy seguro que ni siquiera te importará. No te preocupes por ello ahora, he renunciado a ti hace pocos días, en la madrugada fría y lluviosa de un guerrero esperando atacar a muerte al dragón de sus desvelos. Decir que no te amo, sería mentir porque aún siento el viento frío golpeando mi rostro y sabiendo además, de tu pérfida negativa que nunca me amarás. Sin embargo, estoy seguro que tú nunca volverás y yo tampoco, te volveré a amar...
Roque Puell López
Lavalle
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