Endechas por la niñez inocente y también por nuestros juegos alocados o inventados. Eran los que ahora no se han descubierto todavía. ¿Acaso pensábamos en ese tiempo vivir eternamente? No porque se presentó para algunos, la muerte muda e insolente.
Endechas por la niña púber y esplendorosa, porque los latidos de nuestro corazón nunca se atrevieron a confesar los sentimientos más puros e importantes. Seguramente sería por no esperar las desilusiones de una respuesta que nos cambiarían nuestra vida de gigantes.
Endechas por la juventud perdida, barnizadas prolijas de un carpintero que quizás conocías como el más competente. Ibas cambiando poco a poco por la madurez que se hacía vívida frente a ti y por los apapachos tiernos de tu madre ausente.
Endechas de los hijos bien portados y primaverales donde éramos los héroes de lo imposible en los sueños propios de un infante. Pero ellos crecieron como el árbol frondoso, enormemente bello, más luego se volvieron orgullosos olvidando así, quién les regaló los chocolates.
Endechas por lo que perdiste y por lo que lograste. A veces, más pudieron los orgullos y las respuestas más pedantes. Otras veces, triunfó la vida plena y la más triunfante. Pero como el ave Fénix, resurgimos otra vez yéndose lejos aquellos temores. Luego entonces, encontramos nuestro gran tesoro.
Endechas al fin y al cabo de la vida misma que se muestra perseverante o fulgida, pues no sabemos cómo ha de terminar ni siquiera por el rumbo de un antiguo sextante. Mejor será entonces, asegurar la morada que nos espera, teniéndole la fe a un Niño que un día nació, para salvarnos de nuestras malas decisiones y también de nuestros errores…
Roque Puell López Lavalle
No hay comentarios:
Publicar un comentario