Una luz que muere sobre la inmensidad de las interminables olas y una ilusión que amanece en lo eriazo de mis profundos sentimientos, me quitan la paz. Será porque mi pequeño barquichuelo zozobra en las aguas cristalinas que no conoce y es despreciado por el amor que quiso brindar, no lo sé. Tal vez en el mañana, en los vastos océanos del mundo, entre los montes Urales o en los mares bálticos del olvido, se encuentre el espírtu bello, solitario e ignorante de un mundo del odio y de las batallas de la indiferencia, que el mundo no se cansa de impartirla.
Los fulgores de la tarde, los colores brillantes se opacan por la costumbre, porque no tienen quien los encienda, quien los contemple en el vasto firmamento entonces decae su semblante porque el bucólico mensaje ya no los apasiona, entonces, mueren lánguidos entre las fauces del olvido que poco a poco consumen su existencia muriendo irremisiblemente. ¿Será así el destino de toda las expresiones? ¿Será que tal vez es el castigo impuesto a la vivencia de mil colores o será tal vez la ley de la naturaleza, el nacer y el morir sin ninguna conmiseración?
Todo lo puedo observar solo con la mirada, con mis pupilas ávidas de ver el nacimiento de la esperanza, acaso ella convenza a todos que deberían cambiar y que habría de estar pendiente el Ser que me escucha para darme respuestas que anhela mi naturaleza sombría. Mi interior sabe que alguna vez tendré consuelo pero la calidez de la tarde, la figura de la luna a lo lejos en el cielo azul que me dice que no estoy solo, que de alguna manera fui escuchado y que solo el canto de las aves me darán la buena nueva. Entonces para qué pensar, ¿Para qué ver las nubes negras que se asoman si veré mañana el sol que nuevamente brillará?
Y en tanto mi existir, renacen los deseos de lo que es diferente y lo que están envuelto en un misterio de pasiones. Mi corazón atolondrado verá como llega a quien quiero despojar el vestido de la cobardía. Que me muestre si su corazón late en el sentido de la vida, en la pasión del amor y que no muere por más tristeza que le embargue y sin más remedio que su propia melancolía. Entonces reiré feliz si la luz entró en su ser mundano, hambriento de cambios y sentimientos de fantasías profanas. Volaremos con rumbo a las cálidas costas del mar, nadaremos hacia sus profundidades para encontrar sus tesoros gozando así de su inmensa calma.
El atardecer ya se muestras frío, solo se escucha el graznar de las aves, tal vez sea solo el sentimiento del dormitar soñando en un mundo mágico de alegrías vívidas y fuertes, que no cambian para al fin descansar en los brazos del eterno renacer que nunca acaba…
Roque Puell López Lavalle
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