I
Las mismas calles solas, las mismas casas viejas y polvorientas, las
continuas tardes frías por el mar inquieto y el oleaje brío. Nace la silueta
borrosa e imaginaria de un amor que se anhela más ahora desaparece en el umbral
del sueño cuando se está despierto, pero aun así fueron quedando las manos
vacías para no guardarlas en el alma.
II
En las pálidas noches de calor ardiente, medita el tiempo y sin querer
apareció de la nada, el pasado quejoso y olvidado. Enojos fueron los que
acudieron sin que decir de su reflejo y de un silencio absoluto como los ojos
indiferentes de quien no querían mirar al fantasma que todavía vive y respira.
¿Qué diría indolente y furioso el mar embravecido por el viento atrevido?¿Qué
respondería el indigno desprecio del que ahora dice olvidar?¿Y qué dirían los
años de la voluntaria lejanía y la contienda atrevida? Nada, el silencio no
tiene nombre, las palabras sobran hoy sin valía y sin sustento, ¿Serán entonces
las noches oscuras que fueron experimentadas por el osado peregrino? Solo Dios
lo sabe.
III
Pero si tuvieran que hablar las idas vanidades de los magnos culpables,
poco o mucho se diría entre las miradas del brioso guerrero con las abrumadoras
gracias de una niña mora tan despierta y temerosa, que no sabía mentir. Era
inútil lo que dijeran hoy las pupilas del recuerdo, pero era posible si se
hubiera cumplido la promesa sin romperla.
V
Sin duda, algo si era cierto después de tantos ambages y desenlaces… Era
la figura extraña que apareció entre la duda falsa y la ausencia, aquél que
cambió las estrellas del cielo y las esperanzas de un idilio. Fue el que no
conoció el camino recto y la lealtad de un Mesías. Alguien que no fue sincero
en las luchas y el dolor reflejado en la pérdida de su propia dicha. Era el
perfil de un mundano, era la voz elocuente y fanfarrona sí, era clara el habla envidiosa... del amigo
traidor...
Roque
Puell López Lavalle
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