Tan igual como un villano, vino a mi casa un necesitado, un sin techo
acongojado que de oídas había sabido que yo era el don con quien debía hablar.
Al terminar aquella tarde se presentó solícito y descarado, con un discurso intencionado: “Necesito un jardín de entrada, un sitio de esparcimiento, quizá
el suyo sea un bonito lugar, mis hijos y familia no tienen descanso, ni su
cabeza donde cobijar. Al contrato me someto, dónde hay que estampar la rúbrica,
el adelanto se lo entrego, pero tenemos que arrendar”.
La ingenuidad te acumula deudas
cuando no hay sabiduría, la inexperiencia te premia cuando menos piensas, a lo
mejor en ese momento es tu cultura convertida en ciencia para así decirle no a la
necedad manifiesta. Si hubiese sabido las mañas del hombre cauto, por nada hubiera tranzado pero me ganó su
pinta de honrado y su fingido teatro lo vivía intenso, como un maestro consagrado.
Firmamos un contrato de buenos augurios para las partes, prometió las mil
maravillas sin fin, pero nada más falso se vio en los meses siguientes cuando
no tardó en sus obligaciones infringir.
El engreído no quiso salir de casa cuando se le enfrentó lo que debía.
Siempre respondió con una queja, con un no y con algo menos que un juramento.
“No tienes que cumplir lo que prometes si tampoco lo han hecho contigo” me
explicó sin más trámite el entendido Abogado. Armas al ristre decidí entonces, poner al
susodicho a derecho. Ya no tenía dudas. Entre papeles y firmas del notificante,
se le venía la noche al pobre ignorante.
Busqué ayuda entre los amigos, llamé a los más cercanos, a los que
creí que eran mis hermanos pero los encontré timoratos, faltos de palabra y
siempre ingratos. Pero la perseverancia
al fin te sonríe y hallé al fin a dos que tenían un sentido, una vida fugaz, un
camino tan dispar. Y así, uno por la ventana y el otro por el tejado, cumplieron
su tarea más preciada. La salida feliz de sus cacharros puso fin a la obra
terminada.
Aunque su venganza se vio reflejada en un inoportuno encuentro, el acusado cayó en desgracia, en no recuperar jamás su causa, porque el condenado que no tiene derecho tampoco tiene esperanza. "El hombre que es bueno, es libre de ataduras aunque sea un esclavo, pero el hombre que es malo es un esclavo de sus pasiones aunque sea libre", dijo un escritor.
Roque Puell López - Lavalle
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