En plena lluvia torrencial que me abrazaba, la trocha en el monte tupido, era mi infeliz sendero para llegar al pueblo pero entre el barro y el viento o con el oscuro cielo, los relámpagos sí se hacían truenos. Era vano era tratar de guarecerme aquella vez pues el agua llenaba mis viejas botas y mi carga al hombro, siempre pesaba mucho más. ¿Acaso pues, no lo podía imaginar?
Mi machete dizque afilado, era poco lo que me podía servir, solo era para abrirme paso si lo quería o tal vez, si es que quería sobrevivir. Pero marcha sobre marcha, ya no podía volver. Maravillado a disgusto por la muy agreste naturaleza, yo vi a una víbora hermosa de colores, apurada, recorrer el magro camino conmigo. Tan cerca de mi andaba, que parecía mi inseparable compañera porque los dos huíamos juntos siendo enemigos por el insufrible lodazal que ahora nos contemplaba.
Sin embargo, cómo será la vida en estas tierras peligrosas, que cada uno de nosotros tomaba distancia el uno del otro. Ella siempre demostraba el afán del cómo escapar y yo preocupado en ese momento por su tal indiferencia, me limitaba nada más que a observar. No era el susto que me embargaba, porque al fin y al cabo, sabía que todo podía suceder. Era mejor entonces, no mirar atrás.
De tanto caminar en tanto relajo y sentieme tan fino, por fin llegué sano y salvo a mi lugar. Y así, la vida misma en esos afanes, me dio una lección: Que si tú quieres vivir hoy en este mundo hostil, debes estar en paz con todos los hombres, tanto sea con tu amigo y también con el desconocido. Pues sabio será el quien resuelve muy bien en la encrucijada sin mucha payasada y en cualquier peculiar destino, aun sea al lado mismo, de tu implacable enemigo...
Roque Puell López - Lavalle